Como lo oyen, después de muchos años y de superar las terribles barreras del tiempo, la muerte y el olvido —arcanos del más puro barroquismo sevillano—, el diestro de Córdoba vuelve a anunciarse en los carteles de la Real Maestranza en esta temporada de 2011, a la que le quedan dos días para comenzar. Y como seguimos preñados de Barroco, pues nada, hemos resucitado al monstruo para que nos acompañe cada tarde que se anuncien toros en el coso del Baratillo. Y no hemos firmado un pacto con el diablo. Gracias a un álbum de fotografías inéditas de José Antonio Bejarano, uno de los mayores conocedores y coleccionistas de la figura del torero cordobés.
Y aquí una pequeña muestra, como experiencia piloto. Manolete, en un tentadero, se prepara a conciencia en el invierno de 1945 en la finca de Atanasio. Viste con gusto, con camisa blanca y una rebeca de punto de color crudo que dejaría en paños menores —nunca mejor dicho— a los gurús de la moda actual, esos que dormitan como árbitros de la elegancia o se codean con Guardiola. El pelo, engominado, no se inmuta y el gesto de seriedad, muchos menos. Allí, en Salamanca tienta vacas, alejado del Sur, buscando la tranquilidad del campo charro. Dentro de poco hay que hacer las maletas y cavilar en las habitaciones de los hoteles. Le esperan empresarios, periodistas, ganaderos y, eso sí, muchos admiradores, demasiados.
Así que después de los toros pueden matar dos pájaros de un tiro (mejor dar dos muletazos en uno), leer el artículo diario del Programa de Mano Oficial de la Empresa Pagés y cotillear (tan de moda) en la vida privada de un artista del que todavía se nos llena la boca de comentarios cuando nos toca, desde la distancia, Texto: Fernando Martínez
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