¿Presagios de la tragedia? 1944 no es una campaña afortunada en la carrera de Manolete. Desde que es matador, acude todos los años a la Feria de San Agustín de Linares. El gentío se agolpa en la puerta del hotel Cervantes —todavía abierto en nuestros días—, el coche de la cuadrilla se abre camino a duras penas; ya en la calle, se cruza con rapidez una niña llamada Anita. Es atropellada y se rompe el fémur. No ha ido más allá el atropello, pero Manolete no está tranquilo. Afortunadamente un coche que pasa casualmente por la misma calle —es época de pocos automóviles en la vía pública— se lleva a la menor al hospital de los Marqueses de Linares.
Acaba el festejo y el diestro se ducha con una idea en el pensamiento: interesarse por la niña. La sorpresa de los enfermos es mayúscula cuando ven la planta del torero paseando por los pasillos. "No ha pasado nada, menos mal...", murmulla el torero. Se le escapa llevado por la emoción del momento: "Este hospital es estupendo, entran ganas de morirse en él...". Tres años después expiraría en una de sus habitaciones. Pero antes se compromete a participar en un festival benéfico en la plaza de toros de Linares para recaudar fondos para el hospital. Un martes 26 de diciembre de 1944 hace el paseíllo con Álvaro Domecq a caballo, El Estudiante, Curro Caro y Pepín Martín Vázquez, y los toros, para variar en la época, son del hierro de Alipio Pérez Tabernero. Y para dejar constancia del momento, el objetivo fotográfico de Mari. Texto: Fernando Martínez
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