Manolete se recuesta sobre las tablas con un empaque que estremece después de tantas décadas, y mira directamente al objetivo de la cámara, a nuestros ojos a través del tiempo. Más cerca de nosotros Pepín Martín Vázquez —se hace muy necesario su recuerdo en estos días— mira al frente, tal vez a la puerta de toriles o se entretiene mirando a los areneros cómo acicalan el ruedo. No se le ha movido un pelo al joven diestro, sentado sobre el estribo deja ver fugazmente la esclavina de su capote. Pero si escarbamos más en la historia de la instantánea de Ricardo, sabemos que estamos en la plaza de toros de Granada, luego suponemos que en el tiempo muerto entre el tercer y cuarto toro, por aquello de la merienda.
En ese momento no vemos al tercero en el cartel, pero sabemos que es el mexicano Carlos Arruza, que estará en el callejón estirando o lavándose un poco. Los toros que se lidian son de Buendía. Manolete, se lo imaginan, corta dos orejas y rabo. Manual de protocolo en la imagen, pues las poses, la postura de los dos matadores son todo un compendio de torería. En el burladero que está más cerca de nosotros, hay un policía armado que sonríe junto al famoso Pajitas, el ayuda del mozo de espadas de Manolete. La tarde triunfal fue el domingo 3 de junio de 1945. Europa está destrozada, pero en España, ese rincón del continente, se sigue con las tradiciones, una de ellas es la del Corpus de Granada. Por supuesto, toros para celebrarlo. Texto: Fernando Martínez
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