Una rareza: Manolete sonríe. Estamos en el patio de cuadrillas de la Monumental de Barcelona. Los aficionados se apelotonan alrededor de su ídolo. El diestro soporta los achuchones de los admiradores que quieren salir en la fotografía. Nuestra mirada se posa de inmediato en la cara de Manolete, aunque no está en el centro del encuadre, y lo hacemos porque le vemos feliz, con una sonrisa difícil de apreciar en años y años de profesión.
Tal vez le ha hecho gracia algo que está junto al fotógrafo o las palabras que le llegan al oído y que jamás podremos recomponer en un texto. El señor de la derecha, con los brazos abiertos, parece el maestro de ceremonias, pues indica la posición que deden ocupar todos antes de escuchar el clic y se le aprecia en el rostro algo de indisposición, pues no salen las cosas como a él le gustaría. Lleva un traje elegante y sus zapatos bicolores son todo un acierto. Es alguien importante.
Nuestros ojos se fijan a continuación en el resto de las caras. Jóvenes, adolescentes, mayores... hasta un policía miran con cara de idiotas al vacío, al lugar en el que ahora miramos nosotros. La instantánea de Gonsanhi no puede ser más amble en los minutos previos a la corrida. La pose de Manolete es elegante. El festejo se celebró un 31 de agosto de 1945. Los toros eran del hierro de Vicente Muriel y le acompañaba en el cartel Arruza en un competido mano a mano. Manolete volvió a triunfar, cortó dos orejas. Texto: Fernando Martínez
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