Parece que la vuelta al ruedo triunfal ha terminado hace unos segundos. La cuadrilla de Manolete se retira al callejón, el diestro se queda un poco atrasado. No sabemos muy bien a quién mira, pero se le ve contento, tranquilo y, como siempre ocurre cuando hablamos de él, sereno, muy sereno. Asombra la cantidad de flores que el propio matador se ha encargado de recoger del ruedo, algo nada habitual. No se ha despeinado y en las gradas de la Monumental de Barcelona no cabe un alma. El público sigue en pie observando lo poco que acontece ya en el ruedo. Es hora de escuchar los clarines que anuncien el próximo toro. Manolete está delgado, tanto que el traje de luces le hace unos ligeros frunces en la taleguilla.
La fotografía de Mateo aguanta las tarascadas del tiempo. Arriba, en el extremo derecho, la humedad —tal vez una quemadura— se abre camino en el papel en el que se fijó el negativo. Han pasado muchos años, casi tantos como los de su leyenda. El festejo se celebró un domingo 22 de junio de 1947. Se lidiaron toros de Fermín Bohórquez y en el cartel se anunciaron Juanito Belmonte y Rafael El Boni. Manolete, una vez más, triunfa de forma escandalosa: dos orjas y rabo. Un peón, suponemos que del matador que aguarda turno, se recuesta en un burladero, pero no deja de mirar. Es hora de volver al callejón y asearse un poco. Texto: Fernando Martínez
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